No hay marcha atrás

“Yo soy la  primera y la última. Soy la honrada y la escarnecida.Soy la puta y la santa.Soy la esposa y la virgen. Soy la madre y la hija.Soy aquella cuya boda es grande y no he tomado esposo. Soy conocimiento e ignorancia.Soy desvergonzada y estoy avergonzada.Soy fuerza y soy temor... Soy necia  y soy sabia. Yo no tengo Dios y soy una cuyo Dios es grande.”
La virgen luciferina. Poema: Truena mente perfecta
Textos hallados en Nag'Hamaddi

No hay marcha atrás

Quisiera confesarme hoy. Quisiera gritar que estoy aquí. ¡No quiero la soledad! Quiero vivir y tener compañía… Sin embargo,  a veces siento que si se incendiara mi casa, si  creciera la hierba, si murieran las flores, ya poco me  importaría…
A veces. Pero… Miento. Creo que miento. Sí.  ¡Miento! Es porque estoy  sola hablándole al silencio que digo esto. ¡Eso es!
…Si bajo los párpados, detrás de mis ojos, los ojos azules de una niña triste que me miran. Me miran de lejos, desde otra soledad lejana. Del día en que por primera vez se insinuaron de la nada…
Todo pasa, se transforma y va quedando débil.  Todo flota.  La vida sigue. Absurda sigue como si eso importara.  Y los sentimientos y los  recuerdos y los humanos somos trampas.
Todos los días comerciamos con la verdad.  Todos los días un hombre vende a otro hombre,  un hermano engaña a su madre, un padre mata la dignidad de un niño.
Fabricamos la ilusión  y creemos que la miasma se puede ocultar con rosas…
La copa se resbala de sus dedos. La mujer busca  la botella y vuelve a llenarla. Bebe el líquido reconfortante. Camina  por la casa. Inventa avenidas y caminos…  ¡Qué largas son  las noches ahora…!  Si no estuviera sola, la agonía sería más llevadera, el dolor tal vez se disiparía.  Es triste perder a alguien (o no tenerlo nunca).  No importa en  los momentos de soledad tener a esa persona que no podía vivir con ella. Pero no. No es  posible. No hay marcha atrás…
“Me gustabas más con el pelo  largo”, contestó a una pregunta mía…
Yo no lo sabía. Como no supe nunca, hasta ese  día, cuánto me  amaba.
De todo me  enteré ese día… ¡Ese día!, cuando sentí que era tarde.
(Aunque yo sentí que ya no me amaba, sino con un cariño distinto.   Pero sólo son divagaciones mías).  Lo importante es que la posibilidad estaba ahí, brazos abiertos, mirada suplicante…
Se tendió un puente,  y al final, una puerta estaba abierta. Tal vez era la oportunidad, la última oportunidad que tuvimos de poblar un lugar de alegrías y flores marchitas.  La puerta  estaba abierta, pero yo, permanecí  quieta parada en  el umbral. Todo era irremediable.
(Recuerdo una vez en que  el dolor tomó la forma de mariposa blanca.
Entró por casualidad  por la puerta abierta de mi cuarto.  Tal vez no sabía que estaba cruzando los límites del jardín y volaba confiada  recorriendo y recorriéndome de vez en vez.
Cuando sintió que no habían  flores,  cuando le hizo falta el aire, quiso salir, chocando a su paso con los cristales y cayendo al suelo, moviendo lentamente las alas…  Sólo era  una mariposa…)
“Te voy a  enseñar a amar,  pequeña, porque no lo sabés y por eso querés irte”.
“Te voy a enseñar a amar, mañana inquieta”.
¿Por qué? ¿Por qué hasta ese día?
¿Qué podía hacer yo con el tedio y el dolor y la incertidumbre?
¿Qué iba a hacer con todo eso que creció y se pobló como  un jardín cuidado?
¿Qué  iba a hacer  con la tristeza, con los espejos  y las sombras?
¿Qué iba a hacer con todo lo que vino a acompañarme cuando estaba sola?
…Y es que él no supo que existió una huella que provocó mi  cambio.
Que hubo otra caricia y otro beso. Que alguien vino a llenar de luz mi sombra. Que ya no fuimos dos. Por un momento fuimos tres.
Que existió la duda como existió mi cambio.
Que me dolió verlo así, queriéndome con un grito.
Ella sabe que no hay marcha atrás.  Nació el dolor y necesariamente llegó el olvido.  Porque ya nada es igual. Este tiempo no vale  lo mismo que el otro que se perdió.
¿De quién fue la culpa? No hubo culpas en realidad y ella lo comprende así. Sólo tiempos que no calzaron…
Se terminó la botella. La mujer abre otra.  Piensa en el cuadro aquel.  Del óleo y la acuarela, siempre prefirió a esta última, porque la acuarela es como la vida:  fluye libremente, un equilibrio que hay que sostener.  Un riesgo que se corre. Si uno se sale de la línea: ¡error! Hay que volver a empezar.
Mira a la muchacha desnuda del cuadro. Desnuda parece un muchacho. Se ríe:  ¡un muchacho triste!  Y recuerda ese día en que posó para el cuadro. Tenía prisa por llegar al concierto.  Y, aunque se había establecido una suerte increíble de comunicación entre modelo, profesora y alumnos, inventó un dolor de cabeza repentino y salió del estudio, corriendo para llegar al teatro.
…La esperaba su amiga…  La otra mujer.  Su compañera de entonces.
Un gemido es escapa involuntario. Se parece al gemido de Ella Fitzgerald, que quiere estallar el cassette en el que está recluida. “Imagine my frustration”.  La mujer se detiene en el espejo. La imagen que le devuelve no se parece a la imagen que tiene de ella misma.  Siempre le ocurrió lo mismo:  lo de adentro no coincide con lo de afuera.  ¡Qué le vamos a hacer!  La mujer ríe, primero quedamente y luego el silencio se rompe con sus carcajadas.  Son como campanas rotas, sus risas.
Hace calor. La ropa se pega al cuerpo.  Si tuviera a alguien…  Sería lindo en este momento hacer el amor.  Así, en desorden. En el piso.  Y rodar abrazada a un cuerpo. De hombre o de mujer.  Lo más importante es el calor humano, sentir una piel que no es la de uno.  Y besar poniendo la vida en ese beso,  y buscar caminos en otro cuerpo y recorrerlo paso a paso y construir atajos y lugares de descanso.  La mujer se desnuda. Se acaricia los pechos con urgencia…
Mis pechos se parecían a  tus pechos…
¿Cómo era que te decían?… ¡Tatoo! ¡Ahora lo recuerdo!
¿Cómo te va, Tatoo?  ¿Todavía sos gay?  Me cuentan que ya no tomás, que no fumás ni un solo cigarro.  Que ahora te ha dado por vestir de mujer.  Que asumiste tu cuerpo…
(Si pudiera mirarte  a los ojos, ¡ahora!)
¿A quién engañás?  Decímelo a mí, aquí, en secreto.  Nadie lo sabrá. ¿A quién engañás, amiga,  con tanto esfuerzo?  ¿Es que ya no pensás en las noches de luna en tener una mujer?
Me gustaba amarte… ¡pero todo lo destruiste vos! No saltaste a tiempo, cuando debías.  No soltaste tus amarras, pues por algún motivo oculto, te sentías ligada a él.  Ustedes dos que inventaron un lenguaje-señas:  esposo y esposa se entienden y hablan de espaldas a la “invitada” de turno.   (Como Simone de Beauvoir…  ¿leíste La Invitada?, Isabel que siente que entra en una parodia…)  “Me puedo acercar?”, dice una seña. Y ustedes dos empiezan una suerte de cabriolas y equilibrios.
¡Nada podía fallar!  Que si él está muy solo y nosotras aquí.  Que si podemos querernos los tres.  Que solo puedo quererlo si estás conmigo.
¡Ayudame en la farsa por favor!…  ¡Mierda! Todo fue una basura y vos lo supiste siempre.  Pero le diste un tinte de conveniencia.  Mirá si lo supiste, que en momentos de placer, me decías a gritos:  – ¡Me encanta cómo te metés en el absurdo y lo vivís!-  … Y corrías el engranaje de tu teoría de los niveles:  lo que yo te doy no se lo quito a él porque vos ocupás un lugar y él otro.  Y se puede querer a alguien más.   Porque hablabas de la amistad (que la buscabas de puerta en puerta) y el amor (que era lo mismo) y los ponías en un lugar sagrado…  Y vos lo sabés.  Y yo por dentro viviendo el infierno de saberme utilizada.  ¡Por vos!  Que predicabas a  gritos que los hombres son unos puercos que no saben querer a una mujer…
Me destruiste por miedo. Me destruiste por cobardía.  Me destruí yo también.  Sin embargo, no hay excusas. (quiero confesarme hoy) y no me quejo.  Allá vos si querés ocultarte la verdad.  Ahora que volvés… yo no quiero verte.
Como quien despierta de un sueño, la mujer busca la hora.
No hay manera de saberla en esta casa.  Los relojes recién instalados no lo fueron con exactitud.  Uno marca una hora.  El otro, marca otra…   La noche detrás de la ventana, se guarda muy bien de decirlo.  El corazón de la mujer no tiene tiempo. Salta del pasado al presente con facilidad.  En realidad, ¿qué importa la hora?  Nadie la espera.  No espera a nadie,  ella.  En todo caso, quién va a venir a estas horas, las que sean.
Sin querer y al pensar en la hora, recuerda a su amante, su joven amante.
Tal vez él sí está pensando en ella, pero ¡ya se le pasará!  ¡Es tan joven!  Cree que su amor durará eternamente, pero encontrará a alguien y se volverá a enamorar.  Ojalá. La mujer lo recuerda con cariño.  Y desea que salga solo.  Que busque con quién hablar.  Como Tennesse Williams:  “Entra a un bar y siéntate en la barra.  En las mesas no, porque alejan.  Y habla.  Habla hasta por los codos.  Abre la boca, aunque solo sea para decir que anoche oíste a un búho cantar en una palmera.  Por supuesto, no te lo creerán, pero eso podría originar una bonita conversación”.
La mujer araña su cuerpo desnudo.  Ella también se siente sola, y, como Una, ese personaje de Williams no puede imaginar un mañana lleno de momentos de rutina entre dos seres solitarios.
El llanto rompe tabiques, desborda canales y fluye, ronco primero, con quejas y gemidos, después.  La última lágrima resbala por su mejilla.
Llega un extraño momento de calma…  sus ojos ardientes recorren la casa recién instalada.  Es lo mismo que estaba en la otra casa, pero sin las cosas de él…
¡Ella!  Tal vez ella le deje quererla.  Los cuadros. Las matas, todo lo arregló pensando en ella.
¿Por qué te dije que te quería?  No debí hacerlo.  Siento que te molesta, pero, ¿sabés?, no pude evitarlo… sin embargo, ¡no seas tonta, mujer!
No voy a romper tu espacio vital.   Te estoy amando, es cierto, pero puedo aguantarme, y, si te parece, cuando oiga tus pasos, vuelvo la vista a la pared.  Pero eso duele porque necesito verte cada día.  Aunque sea un ratito así, así de chiquito, y decirte (con timidez): – Hola!  Y sentir tus contradicciones. Tu exceso de fortaleza, tu bondad explosiva, tus gestos huraños, tu sonrisa a veces, y tus ojos expresivos, que no pueden quedar quietos.  
Negros esos ojos que a veces ahondan en la persona y otras la escabullen.  Porque sos así es que te quiero.  Desde el fondo de mi corazón hasta la punta de mis dedos que quieren tocarte, sentirte, resbalarte, callarte, y oírte.  Te quiero.  ¿Ves qué simple?
La mujer desecha todos sus pensamientos.  Se queda callada su memoria por un rato.  Sólo se oye la música, un jazz violento, sensual, furioso, flota en el ambiente, entonces es sustituido por un reproche de Silvio Rodríguez: “…ojalá se te acabe la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta… Ojalá pase algo que te borre de pronto…”
Hay algo que ocupa ahora su mente: la muerte.
Ya no hay vino.  Está sola con el día  que empieza a nacer. No quisiera fallarle a ella.  Aunque ella ni siquiera se entere.  Ella, que es fuerte, que es linda, que en nada se parece  a la otra mujer.
Si supieras cuánto te necesito… 
Su corazón se siente vacío.  De las camas de sus hijos se oye su respiración en calma.  Hay un  extraño calorcillo dentro de su pecho.  Una lucecita que pugna por salir.  Se vuelve hermoso este momento.  No es de día ni es de noche. Pero el día  lucha por nacer.
La mujer recoge los ceniceros y las botellas vacías. Se hace consciente de su desnudez y siente el impulso de quedarse así para recibir el día que va empezando.  Un extraño momento de paz.  Extiende los brazos en dirección a los cálidos rayos que van sintiéndose.
Estoy aquí, con los ojos abiertos.  El horizonte se extiende detrás de la ventana y estoy sola.
Mis únicos tesoros en este momento son mis manos y mi voluntad de sobrevivir, o, mejor dicho, de vivir la vida.  Hace poco me sentía una niña y el miedo poblaba y se multiplicaba dentro de mi cuerpo.  Mis ojos nublados no podían distinguir las formas y mis manos temblaban.  No sé por qué me voy sintiendo distinta. O tal vez sí lo sé:  el dolor, lejos de hundirme, me fortalece, paso a paso.  Soy una mujer y me siento orgullosa de serlo.  Me siento orgullosa de tener los ojos abiertos, mis manos y mi voluntad de vivir. La vida siempre es más fuerte que cualquier otro impulso, y yo, quiero a la vida, a pesar de todo.

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