Estas palabras se las regalo a John de Abate, quien fue un Maestro que pasó por mi vida.
¡Gracias John!
Mirándome al espejo, hago un resumen de mí misma
Mirándome al espejo, ¿qué se esconde dentro de mí?
Me gustaría hacer un resumen de mí misma. Hablar de las conclusiones a las que llegué tras estas últimas sesiones de terapia.
Es cierto: yo tengo un trastorno de personalidad. Eso lo único que significa es que mi personalidad no se estructuró como debía, sino que lo hizo de forma diferente. El cómo lo hizo, el por qué y el para qué, es algo que entiendo perfectamente ahora. Sin embargo, el trastorno límite no es lo que me define. Hoy estoy dejando atrás esa etiqueta, sin olvidar quién soy.
Lo que quiero rescatar de mí misma
Lo más urgente es lo que quiero rescatar hoy, viéndome reflejada en las palabras de la psicóloga y que me llevan a recordar una frase que leí una vez: “lo importante no es lo que hicieron de nosotros en un pasado. Lo importante es lo que nosotros hacemos con eso que hicieron de nosotros”.
He ido a muchas sesiones con muchos psicólogos. Con todos he aprendido algo siempre. Pero hoy, sintiendo el reflejo de mí misma en otras palabras, palabras que son de otra, esa otra que me ayuda a conocerme a mí misma, siento que no importa ser diferente, que lo que importa es lo que yo he tratado de hacer conmigo misma siempre.
¿Por qué llego a esta conclusión? Porque la psicóloga cuando me habla, no se dirige a mí como a una etiqueta imposible. Se refiere a mí como un ser humano que ha hecho cosas buenas y otras que francamente han sido malas.
Ella insiste en verme como un ser humano completo. Ignora la palabra “límite”. Le pasa por encima. Y es que yo, después de haber vivido una pesadilla que duró muchos años, ahora comprendo que soy una persona, y no un diagnóstico al que mucha gente tuvo acceso. Un diagnóstico que los hizo sentirse superiores a mí, que según ellos les daba derecho a discriminarme.
El trastorno límite no es sinónimo de locura, a pesar de que las crisis lo llevan a uno a hacer cosas locas. Y recuerdo la definición que hace Lacan de la locura y la definición de Erasmo de Rotterdam. Todos tenemos algo de locos. Una locura que nos hace humanos. Una locura que nos hace creativos, que nos lleva a tomar riesgos, que nos lleva a buscar cambios.
Ya estoy llegando a ese declive que todos tememos. La edad madura que nos hace más y más viejos. Y puedo verme a mí misma, por fin, como alguien completo.
Siempre tuve problemas para verme a mí misma. Necesitaba tomarme fotos porque perdía mi imagen. Soñaba con mis temores de ser diferente a cómo me sentía.
Pero como he aprendido, y me ha costado mucho aprenderlo, soy también hija de la dualidad, pero una dualidad que es como un continum. Nada es blanco o negro, sino que es una línea de grises que nos llevan al blanco o nos lleva al negro.
Me he perdido mucho en mí misma, he cometido errores tremendos debido a ese pensamiento de todo o nada. Lastimé muchas veces, y sin querer, a mis hijos. No supe manejar mis relaciones interpersonales. Pero paralelo a eso, he tenido una cualidad enorme de mirar para adentro de mí misma, de querer ser mejor persona.
Tuve un maestro que me enseñó que lo más importante es conocerse a uno mismo, vencerse, y caminando junto a él, emprendí ese largo viaje hasta el centro de mí misma.
Me he detenido muchas veces. He retrocedido muchas otras. Pero he perseverado otras tantas. Y si miro para atrás, me doy cuenta que logré muchas cosas.
No he tenido éxito económico. Debido a esas emociones tan cambiantes que llegaban a cambiar continuamente el rumbo de mi vida y de mis metas, no logré muchas cosas. Todo el tiempo buscando el amor. Todo el tiempo luchando en entornos que me volvieron invisible, hicieron prácticamente imposible que yo me mantuviera firme en algunas cosas que eran vitales para vivir.
Y en las que me mantuve firme, necesité apoyos que no tuve, necesité personas que no encontré. Entonces pienso: “Sí, estuve totalmente sola, perseverando por la vida… ¡Qué valioso que es eso!
Pero, he tenido éxito en conquistarme a mí misma. Aprendí a regular mis emociones. Aprendí a ver la vida, a las personas, a mí misma, como una eterna sucesión de grises. Aprendí que es mejor estar en el centro que en el blanco total o en el total negro. Pero eso me ha costado mucho.
He logrado cosas que sólo yo noto porque son cosas que las personas hacen en forma automática y yo tuve que aprenderlas sola.
Ahora puedo decir con certeza que me conozco a mí misma, que me interpreto, que me comprendo. Puedo decir quién soy. Puedo decir qué soy. Soy. Yo soy mi esencia.
Y dejo para el final lo que quiero rescatar: que no importa tener un trastorno de personalidad. Que tengo resiliencia, que tengo la capacidad de levantarme tantas veces como me he caído. Que soy capaz de rehacer mi vida las veces que haga falta.
No sé si sea cierto lo que pensaban los griegos de la esperanza, que por eso quedó atrapada en la caja de Pandora. No sé si es una bendición o una maldición, pero la esperanza siempre ha estado ahí, animándome a que siga. Y yo sigo.